31. Calles

La topografía y la historia marcan la vida quiteña, se quiera o no. El explosivo vigía tutelar quiteño, el volcán Pichincha, no solo es un rugiente vecino que de vez en cuando se enfurece sino que su quebrado terreno ha determinado la distribución de la ciudad, lo mismo que los recursos arquitectónicos y de ingeniería para construirla en sus faldas.

Geografía e historia están muy presentes en la memoria de la ciudad. Desde la antiquísima leyenda que narra cómo los más remotos habitantes del lugar se refugiaron en las cumbres del Pichincha, huyendo del diluvio que anegó toda la Tierra, y sólo volvieron a bajar cuando un quitu —paloma torcaz en lengua quichua—, con un retoño que llevaba en el pico, les avisó que ya había pasado, hasta la Colonia, cuando la vida urbana alcanza mayor dinamismo.

La intensa construcción que se inició, para sentar las bases de la vida colonial española, puso un énfasis especial en las edificaciones religiosas con sus plazoletas y plazas. En torno a estos monumentos se señaló el trazo de las calles más importantes. Alrededor de la la Plaza de la Fundación, lugar elegido por Benalcázar, se sitúan las calles de Benalcázar, Olmedo, Cuenca y Mejía; en torno al convento de El Carmen Bajo, Venezuela (ayer Los Plateros), Olmedo, Manabí y Guayaquil, cuyas casas en su mayoría corresponden al periodo republicano. La calle de la Ronda o de Juan Morales, pese a su deterioro, muestra el aire andaluz que la ha caracterizado.

Con el correr de los años, Quito se ha convertido en el principal centro artístico de la Colonia. Así, se desarrollan en gran medida los gremios artesanales, que bautizarán calles enteras, como ocurría en las ciudades peninsulares.

Los oficios, la religión y los acontecimientos dan nombre y vida en la Colonia a las calles quiteñas. Hoy, los sucesos históricos y las personalidades políticas, científicas, artísticas y de importancia pública nombran las actuales: García Moreno, Alfaro, Sucre, Olmedo, Espejo, etc.